El agotamiento que sentimos los y las docentes es legítimo. A un año del cierre de escuelas por la pandemia, nos hemos tenido que adaptar y reconstruir en nuestra práctica y vocación. No sólo por todos los aprendizajes tecnológicos que esto ha traído -aunque no es menos aprender a usar plataformas, aplicaciones y materiales de apoyo digitales-, sino por los cambios que esto trajo en nuestra dinámica personal, pues aunque se nos sigue considerando y pagando las horas que nos corresponden por impartir clases, lo cierto es que se dedica mucho más tiempo en grabar videos, revisar tareas en plataformas, recibir y enviar evidencias de clases, preparar materiales que sean atractivos a la virtualidad, generar dinámicas de interacción distintas cada vez, asistir a capacitaciones y reuniones virtuales constantes, contestar mensajes de los alumnos y alumnas en cada grupo en el que se nos incluyó para que la comunicación fuera más eficaz. Y ufff, mil cosas más.
Claro, hay que sumarle que nos encontramos haciendo todo eso, sentados frente a la computadora en casa, en donde por cierto, tenemos otras muchas ocupaciones como integrantes de un núcleo familiar, en el que muchas (sobre todo mujeres), somos quienes también organizamos la vida en el hogar. Sumado a esto, cada que nos levantamos oramos a un ser supremo, para que la red de internet que contratamos funcione (por cierto, carísima, y que debemos solventar con el mismito sueldo de las pocas clases que nos corresponde impartir), porque si no funciona, todo el trabajo extra clase se puede ir por la borda, e incluso, nos arriesgamos a que no se nos paguen esas horas, pues no tenemos evidencia de la sesión.
Estamos agotados y agotadas. Me parece importante decirlo. Hemos estado en la primera línea de la atención educativa de México en tiempos de pandemia. Tenemos la fortuna de que nuestra actividad no se ha suspendido, a pesar de las mil críticas a las nuevas formas de educación y a las exigencias de muchos padres y madres, de volver a las clases presenciales, pero esa fortuna ha traído otras consecuencias que es importante mencionar y analizar, como parte de esta reestructura educativa en nuestro país.
Y me parece importante decirlo porque somos muchos y muchas quienes nos encontramos en una situación similar. De acuerdo al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, en las 243 mil 480 escuelas que hay en México, se encuentran laborando 1 millón 515 mil 526 docentes, de los cuales, 234 mil 635 son de preescolar, 573 mil 284 de primaria, 409 mil 272 de secundaria y 298 mil 333 de nivel medio superior, los cuales atienden a 30 millones 909 mil 212 estudiantes. A estas cifras se suman los 232 mil docentes de educación superior, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2019.
Desde el inicio de la pandemia se les ha pedido a las alumnas y alumnos ser tolerantes, empáticos y comprensivos con sus docentes en clases virtuales, pues muchas y muchos de nosotros realmente sufrimos la carga de trabajo. Agradecida estoy porque he notado el apoyo de los y las estudiantes. Mi reconocimiento porque estamos juntos en el camino, chicos y chicas.
Sin embargo, la parte administrativa en muchas escuelas, no se ha portado tan tolerante y empática con los y las docentes, quienes nos encontramos en la primera línea virtual de atención a los estudiantes. Cada vez son más formatos que hay que llenar, actividades precisas por realizar, evidencias por enviar, capacitaciones urgentes por tomar y formatos de seguimiento por entregar. Y esto puede aumentar, porque la creatividad institucional no tiene límites.
Así que sugiero replantear algunas actividades urgentes no indispensables que nos solicitan desde la administración. Tal vez parezca poco pedir un formato más cada parcial, pero créanme que si se hace por cada grupo que tenemos, la carga de trabajo realmente aumenta. En fin, me parecía importante que el mundo supiera mi punto de vista como docente. Y si se necesita, cuento con todas las evidencias virtuales para poder fundamentar mis afirmaciones. Puedo subirlas a la plataforma que se me solicite. Mi experiencia como profesora en tiempos de pandemia, me respalda.
Estas líneas las dedico a todos mis compañeros y compañeras docentes de México y el mundo, quienes nos dedicamos a una profesión que muchas veces pasa desapercibida en nuestras sociedades, pero seguros y seguras estamos de la importancia de nuestra actividad. Seguimos en pie de lucha, para que todas y todos nuestros estudiantes que pueden conectarse, no pierdan la oportunidad de continuar con sus estudios. En especial, dedico estas palabras a las y los compañeros que también se han contagiado de covid-19 o han sufrido pérdidas familiares, y aun así han seguido impartiendo sus asignaturas, como el profesor Jorge Jesús Gavelan Izaguirre, de la Universidad Mayor de San Marcos en Perú, quien siguió dictando clases hasta el último día de su vida, conectado a la vez, a la plataforma virtual y a un concentrador de oxígeno. El profesor, quien también se desvelaba preparando clases, falleció por las secuelas del covid-19.