Escucho a mis amigas y conocidas las típicas frases: “Estoy a favor de luchar por la igualdad pero no soy feminista“, “apoyo pero no soy radical“, “sí soy, pero no como esas gordas que andan pintando“. Y bueno, estas expresiones siempre van sucedidas por otras que buscan dar consejos y hablar de las buenas formas para ser una feminista no rechazada y que logre de manera correcta sus fines, claro, regularmente provienen de gente que no ha realizado ningún acto público en defensa de los derechos de las mujeres. Esto que cuento es la generalidad de los comentarios que he escuchado tanto de mujeres como de hombres.
Ello me hace pensar mucho en lo que sucede con esta postura política que busca el cambio social o la reivindicación del rol de la mujer como sujeto no sólo de derechos, sino como sujeto existente en un entorno diverso, que grita, escribe, habla y busca estrategias para lograr esa transformación necesaria en las sociedades, principalmente, en la mexicana, en la cual las mujeres enfrentamos situaciones de violencias diversas en nuestros entornos cotidianos. Y es que hay que ser mujer y tratar de reflexionar sobre las dificultades de serlo en un país considerado uno de los más feminicidas del mundo, para darnos cuenta de que la cultura, las estructuras sociales y políticas, nos han dejado una gran carga sobre nuestras espaldas. Somos seres humanos con necesidades propias como género, porque las diferencias existen por obviedad, pero las desigualdades las ha impuesto el sistema patriarcal -que por cierto, también incómoda enormemente porque nos hace mirar hacia nuestras propias formas de reproducción de la violencia-.
Quienes estamos en el proceso de comprensión de las exigencias feministas desde la teoría y la práctica, en primer lugar, nos enfrentamos al rechazo, principalmente de hombres con su argumento básico de “es que parece que ustedes odian a todos los hombres“. Lo he escuchado en casi todos mis amigos, parejas y conocidos. Es como un patrón discursivo de quienes no han logrado abrir un poco su entendimiento a nuestra realidad.
En segundo lugar, nos enfrentamos a un entorno hostil de un Estado que nos revictimiza y un sistema cultural en el que navegamos a contracorriente. Es difícil ser feminista, buscar generar nuevas formas de relacionarnos con los hombres, no desde el poder que ellos históricamente han tenido sobre nosotras, sino desde el diálogo y la búsqueda conjunta de nuevas estrategias de interacción. Convivimos a diario y sería imposible odiar a todos, eso no sucede, hombres, no los odiamos, aunque hay muchas razones para hacerlo. Lo que odiamos, odiaremos siempre y buscamos transformar son las desigualdades y violencias de género. Esas son inaceptables y entiendo que esta es la esencia del movimiento feminista. Esa causa la apoyo y apoyaré siempre, porque soy mujer y he vivido durante toda mi vida el sometimiento a la figura del hombre, así como todas esas violencias que se tratan de hacer visibles, cuestionar y transformar en la actualidad.
Sí, he sido acosada en el trabajo, en la escuela y en la calle. Han vulnerado mi cuerpo para su satisfacción en el transporte público y las calles. Mis parejas han subestimado mis acciones e ideas. Mis profesores y compañeros han exaltado las cualidades de los hombres más que de las mujeres. Me han insinuado que yo debo hacer lo que se acostumbra que una mujer haga, como barrer, limpiar y cocinar, tres cosas que no disfruto en lo más mínimo. Y claro, si no puedo hacer eso, todo lo demás, se invisibiliza.
Lo que intento decir es que los entornos donde nos desenvolvemos las mujeres son hostiles por todos lados y no me queda duda que la causa es la imposición de roles y la falta de respeto a nuestras necesidades subjetivas y nuestros deseos cotidianos. Es claro que no a todas las mujeres nos pasan las mismas cosas, que no vivimos las mismas realidades, pero estoy segura que todas nos hemos enfrentado a situaciones de sometimiento y control de género. Eso es lo que no se puede aceptar más. ¡Ya nos cansamos!
Tampoco pretendo cargar con la explicación diaria del feminismo y sus objetivos. Quien esté interesado en comprender más que juzgar, leerá sobre el tema. Trato de compartir mis experiencias con el feminismo cuando puedo y con quien está dispuesto a escuchar. Cuando alguien está encerrado en su burbuja de hacer lo correcto en una sociedad enferma, mejor me retiro. Es cansado vivir en entornos de violencia y más en una sociedad que toma como broma o vergüenza todo lo femenino. Son órdenes de sentimientos y emociones que ya no son suficientes para cubrir la diversidad de la sociedad que se está creando. Cabe hacer nuevas propuestas y trabajar en nuevas masculinidades, no sólo un día de conmemoración, sino cada día en que debemos celebrar una nueva deconstrucción.
Conozco también hombres que lo intentan. Escuché hace poco a uno de ellos invitar a otros hombres a luchar a favor de la justicia de género y trabajar en la deconstrucción personal. Me dio mucho ánimo pensar que las nuevas generaciones son más flexibles ante el cuestionamiento de los privilegios de género. No sé, pienso que es necesario hacerlo. Ver el trasfondo de dolor en esas pintas, gritos y manifestaciones feministas. Mirar más hacia la profundidad del miedo que nos da ser mujer. Pero sobre todo, sentir más empatía con nosotras, con quienes buscamos que nuestras sociedades sean más dignas para desarrollarnos. No somos caprichosas ni quejumbrosas, somos consecuencia de un sistema opresor que hemos cargado y el cual ya nos ha cansado la espalda.
Y aunque esta sociedad se enfade al escuchar nuestras exigencias, las seguirá oyendo, pues hasta que no se logre una vida digna, sin miedo y libre de moralismos para todas, las expresiones de las mujeres organizadas seguirán en los espacios públicos y privados, pues la lucha no termina hasta que termina la desigualdad y violencia de género. ¡Ya nos cansamos!