México está herido, tiene miedo. México está de pie pero camina rápido para que no le pase nada en la calle. México ha cambiado las formas de relacionarse con sus compatriotas porque todos son vistos como un enemigo potencial. México ha sido apuñalado, se le ha cortado la cabeza, se le ha despojado de sus bienes, se le ha dejado huérfano, se le ha violado en sus leyes. México ha intentado huir, luchar por estar mejor, pero se le cerrado la boca y se ha reprimido su necesidad de justicia.
Por eso urge paz en México. Sin embargo, para sentir esa necesidad y comenzar a construirla, se requiere antes, sentir la indignación, la injusticia, la intranquilidad, reconocer que somos un país violento y que esa violencia rompe la armonía de las condiciones de vida necesarias para la existencia de la especie humana. Esa violencia no es natural, es social. La hemos creado como seres humanos, en nuestra interacción, en nuestra necesidad de poder, de estatus, de hegemonía.
La propia Unesco lo ha reconocido en el Manifiesto de Sevilla de 1989, en el cual se enuncia: “la violencia no está genéticamente determinada; no es heredada por el ser humano de su pasado animal; en el proceso de la evolución no ha habido una selección mayor hacia un comportamiento violento que hacia otros tipos de comportamiento; no está en la cabeza; no es hereditaria”. Así que, esas formas de violencia terribles que podemos ver a través de los medios de comunicación y en nuestra vida diaria, son creación humana, pura creatividad perversa.
En México son asesinadas 10 mujeres al día por razones de género, por odio hacia ellas. Según una investigación del diario español El País, en la última década, más de 23 mil menores han perdido a su madre y tan sólo en 2018, tres mil 600 niñas y niños han quedado huérfanos. La mayoría de sus madres han sido asesinadas por sus padres o padrastros, y además, han presenciado el asesinato. Hasta el momento, las autoridades mexicanas no se toman en serio el tema de los feminicidios, y menos, las consecuencias de ellos. Pero algo es cierto: Todas ellas nos faltan y todas esas niñas y niños siguen huérfanos.
El periodista Nevith Condés Jaramillo, director del portal El observatorio del Sur, asesinado en el Estado de México, también nos hace falta. Su muerte transformó las cifras, fueron cuatro periodistas asesinados en México tan sólo en agosto del 2019. Jorge Ruiz, reportero veracruzano de El Gráfico de Xalapa; Edgar Nava, editor michoacano de La Verdad de Zihuatanejo; y Rogelio Barragán, director del portal Guerrero al instante forman parte de esa realidad que intenta acallar la verdad periodística. En lo que va del 2019 ya son nueve periodistas asesinados y desde el año 2000, suman 130, según datos de la organización Artículo 19.
Nuestro territorio también es un peligro para quienes transitan por él. Uno de cada tres migrantes que pasan por México, son víctimas de violencia física, psicológica y sexual. Por su calidad de ilegales y por la desconfianza en las autoridades, la mayoría no denuncia, lo ve como parte del camino, según un informe del Instituto de Salud Pública, de la Universidad Autónoma de México y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Por lo visto, México no es un país seguro para nadie.
A quienes digan que las pintas, las quemas o los gritos, no son formas de pedir justicia, les digo que la paz se construye, se exige, se lamenta, se llora, es un camino arduo, sinuoso, pero es un camino abierto a la justicia social. La paz surge del descontento, del hartazgo, del dolor, de la ansiedad, de la melancolía, del recuerdo de los muertos, del amor a los vivos, de la necesidad de seguir viviendo con los nuestros, con los que queremos, de seguir viviendo en un México que nos construya, no que nos destruya como sociedad. La paz es el camino, sí, pero ese camino se crea en colectivo a partir de una indignación profunda.
Como escribiría José Martín Morillas, “… siendo el ser humano capaz de tanta compasión, de tanto altruismo, de tanta solidaridad, de tanta ternura, no podemos menos que creer en nosotros mismos y en nuestras posibilidades pacíficas. Quizá si no fuera por esa base pacífica, ya nos hubiéramos extinguido”. Así que sigamos luchando por la paz desde nuestra trinchera, desde nuestro lugar de trabajo, nuestro hogar, nuestra colonia, nuestro país. Hay que levantar la voz cuando se cometa una injusticia, no hay que cerrar los ojos ante ellas, luchar por una vida digna siempre valdrá el esfuerzo.
¡Hagámoslo, México! ¡Luchemos por nuestra paz, juntos y juntas!