Y la recordamos, porque su historia es simple y efectiva: Rocky, pelea en clubes de mala muerte, en su gimnasio ni siquiera le mantienen el locker. Llega la oferta, impensada, para pelear por el título del mundo. Le gusta una chica, empiezan a salir. Entrena para poder estar a la altura del desafío, para aprovechar sus quince minutos de fama. Se enamora. Pelea en el gran evento. Da la talla. Termina junto a su gran amor. Sencillo, da en el blanco. La fórmula, parece, clara. Pero ha sido copiada innumerables veces y nunca ha vuelto a funcionar de esa manera.
Y para ser algo tan simple, resulta ser perfecta en muchos aspectos… Al punto en que sigue marcando a generaciones por su forma tan «elegante» de hablar sobre un deporte como el box. Rocky tiene infinidad de razones para ser amada y por eso mismo solo puedo injustamente, mencionar algunas. Porque con sus ocho películas es la gran saga deportiva del cine moderno (hasta podría decirse que sobra lo de “deportiva”).
Rocky Balboa es el bruto más tierno de la historia. No habrá boxeador más sensible que él en toda la historia del cine. Pocos personajes con más corazón.
Porque cada vez que cualquiera de las películas de la saga aparece en el cable, se acabó, por ese día, el zapping. No hay límites para ver una Rocky. Y en cada visión, la emoción aparecerá en las mismos momentos y con la misma intensidad que la primera vez. ¿Cuántas películas admiten ser vistas una y otra vez sin perder la eficacia, replicando las sensaciones originales? Pocas, muy pocas. Y al menos cinco de las siete Rocky lo logran.
Rocky (1976), es la Cenicienta con guantes de ocho onzas y protector bucal. Es la película deportiva más influyente de la historia. Cruzó límites en cuanto a la filmación de lo deportivo, alcanzó lugares no recorridos anteriormente. A partir de ella, el cine trató diferente al deporte.
Nos hizo conocer la historia de Chuck Wepner, un peso pesado que peleaba en clubes -como Rocky al comienzo de la primera de la saga- y que en 1975 enfrentó a Muhammad Alí.
Apollo Creed es un gran antagonista. Interpretado por Carl Weathers, ex jugador de fútbol americano. Su imitación del Alí bombástico y petulante es convincente. Logra que esa arrogancia atrape y seduzca en vez de causar rechazo. Cuando elige a Rocky como rival, por la sonoridad de su nombre y apodo, dice: “Apollo Creed contra el Semental Italiano. Parece el título de una maldita película de monstruos”. Además tiene un gran apodo: Master of Disaster. Apollo es un personaje con varias capas. No es el típico villano sin espesor y en el que se depositan todos los defectos del mundo.
Pocos recuerdan que el entrenador rechaza a Rocky en la primera entrega. No quiere saber nada con él, le quita el casillero que tiene en el gimnasio, se niega a prestarle atención: le reprocha no haber aprovechado su talento. No entiende como ese chico corajudo esté languideciendo en los rings de clubes de mala muerte y trabajando como cobrador de un mafioso de segunda línea, y no desarrollando su talento. Cuando llega la oferta para pelear por el título del mundo, Mickey le ruega a Rocky para que lo contrate como entrenador. Mickey cree que esa va a ser su última oportunidad. Con el correr de las películas el personaje se va haciendo cada vez más entrañable.
Paulie, amigo y cuñado de Rocky. Amargado, quejoso, generalmente ingrato, un perdedor que no disfruta y no deja disfrutar, que siempre está al borde del ridículo y de la catástrofe, que espera -y exige- que Balboa satisfaga no sólo sus necesidades sino también sus gustos. Trabajador de un frigorífico (es él el que le abre las puertas a su futuro cuñado para que entrene golpeando las reses).
Por la escena de la pista de patinaje con Adrian. Es una de las primeras citas más tiernas de los años setenta. Él trota al lado de ella, que se desliza con dificultad en la pista desierta, y le explica porque a los zurdos le dicen Southpaws, mientras el cuidador del lugar hace, fuera de campo, la cuenta regresiva del tiempo que les queda sobre la pista. Y por el primer beso, un tropiezo lleno de ternura.
Por el sonido del gimnasio. Un traqueteo permanente. Es una locomotora, un tren de ilusiones transpiradas que posiblemente nunca lleguen a destino. Una exageración del cine pero ese es el rango distintivo de un gimnasio de boxeo. Los ruidos, los sonidos, los repiqueteos y jadeos mezclándose. Y el olor a linimento.
Por las subidas a las escalinatas del Museo de Arte de Filadelfia. Marca registrada. La primera vez que lo intenta llega con lentitud a la cima, casi sin aire, arrastrándose, con dolor en el bazo. Luego, ya en forma, al acceder a la plataforma comienza a dar pequeños saltos con los brazos levantados en gesto triunfal… ¡Levante la mano quien no remedó el gesto alguna vez!
Pero sobretodo, adoramos a Rocky, por la secuencia final de la pelea. Veinte minutos de puro cine. Veinte minutos que influyeron decisivamente en todo el cine deportivo posterior. Rocky en el vestuario, la tensión previa, el rezo arrodillado frente al lavatorio. Por el otro lado, Apollo hace un ingreso estruendoso. Sobre una carroza, disfrazado como George Washington tira dólares a los espectadores. Luego en el ring despliega un convincente show a lo Muhammad Ali. Vocifera, con encanto, “¡Creed in three!” e imitando los afiches de reclutamiento de la Segunda Guerra Mundial, señalando con su guante a Balboa, le grita: “I want you”. El saludo a los púgiles. Las instrucciones del árbitro. Y la pelea. Los golpes, las caídas, los intercambios feroces. Las arengas en los rincones durante los descansos. Los relatores llevando adelante la narración de la lucha. El desarrollo desfavorable a Rocky. Su poder para remontar. La épica. La emoción.
Por el penúltimo round. Siempre se remarca el round 15 pero el 14 es inolvidable. Apollo vuelve a derribar a Rocky. Parece la caída definitiva. Mickey le pide que no se levante, le dice que ya está. Pero se reincorpora sobre el final de la cuenta. La cara de incredulidad de Apollo es magistral. En el descanso llega una de las frases célebres. Le pide a Mickey: “Cut me, Mick”, que el doblaje televisivo mejoró a “Córtame el párpado, Mickey”.
Terminó la pelea. Quince minutos de cine intenso, único (hasta ese momento: después será repetido hasta el hartazgo). Rocky llama a su amor. Adrian corre hacia el ring. Paulie la ayuda a subir. Mientras el anunciador lee el fallo, Rocky rodeado de micrófonos, con los párpados hinchados, las cejas deshechas, moretones y sangre por la cara, ve a Adrian y le pregunta: «¿Dónde está tu sombrero?». Porque después de esa pregunta viene el abrazo entre los dos. Y claro… ¡Nuestras lágrimas!