Es mejor sentir, prefiero hacerlo, no me arrepiento
La crisis generada por el Covid-19, despertó múltiples emociones en los seres humanos, la mayoría de miedo, aburrimiento, culpa, impotencia, impaciencia, inseguridad, nostalgia, soledad, vulnerabilidad, esperanza y solidaridad. Pero ¿dónde las hemos dejado? ¿Las disfrutamos, las evadimos, las desconocemos, las escondemos, las encerramos en el baúl de las emociones prohibidas? ¿Qué hemos hecho con ellas?
De acuerdo a la Real Academia Española, la emoción es una alteración de ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática. Hay infinidad de emociones e interpretaciones de estas. Algunas son consideradas como negativas y otras como positivas, aunque la mayoría de las veces, a unas y otras, se busca evadirlas. Incluso, las ideas tradicionalistas pasan por creer que las emociones, por tanto, las personas consideradas como emocionales o sensibles, son inferiores a las personas “racionales”.
“No sufras, mejor ponte a hacer algo productivo”, “ponte a trabajar, así se te pasará”, son frases que he escuchado infinidad de veces, como si lo único que importara en una persona fuera el trabajo y la ganancia de este. Las emociones son poco importantes en nuestras sociedades, porque no producen riqueza, sino que nos recuerdan que somos humanos, volubles, vulnerables y que sentimos cuando algo nos molesta, nos invade, o bien, nos alienta.
Cuando una persona es sentimental o emocional, la percibimos como débil o inmadura. Consideramos que la gente debe andar por la vida, escondiendo lo que siente porque es algo personal y no se debe compartir, o no con cualquier persona y menos hacerlo público. ¿Por qué pasa esto, si las emociones son totalmente humanas? ¿Por qué buscamos evitarlas o esconderlas en lo muy privado?
He escuchado decir a muchas personas con ideas psicologistas, que una persona es inmadura porque no sabe controlar sus emociones, porque se deja llevar por todos sus deseos y no entiende de control. Claro, se refieren regularmente a niños y jóvenes, como si los adultos supiéramos gestionar nuestras emociones todo el tiempo, y mejor aún, como si entendiéramos la importancia de sentir. Incluso, el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, propuesto el concepto de Inteligencia emocional para hacer referencia al autoconocimiento emocional y al autocontrol o autoregulación emocional en nuestra relación con los otros.
¿A qué se refieren, pues, cuando dicen que para ser maduro se deben gestionar las emociones? ¿No las gestionamos todos los días? ¿O acaso entendemos la palabra gestión como repudio o supresión? Como sea que la entendamos, estamos encerrando nuestras emociones en una serie de conceptos que sin duda no son suficientes para todo lo que estas provocan. Las emociones se filtran por doquier, como el agua en el subsuelo, como los rayos de luz por cualquier rendija.
Las emociones son grandiosas, tendríamos que cuestionar si nos hace mejor guardarlas o abrirles la puerta, pues se encuentran y dan forma a nuestras relaciones con los otros, todos los días. Además, no sólo son individuales, sino que las emociones se nutren del contexto en el que nos encontramos en determinado momento, o bien, en el que nos desarrollamos cotidianamente. Es decir, las emociones se derivan del tipo de relaciones sociales que vamos formando a lo largo de nuestra vida, incluso, dependen de las normas de la emoción del lugar donde vivimos, pues esas normas nos indican la intensidad, duración, dirección y la situación en que se debe expresar la emoción. Por ejemplo, por norma social se ha establecido qué debemos sentir, en qué momento o cómo expresar aquello que sentimos. Si no lo hacemos así hasta podemos recibir un castigo.
También se han establecido emociones de acuerdo a nuestras características culturales, económicas y sociales, por ejemplo, en la sociedad mexicana no es bien visto que una mujer sienta ira o rencor, o que un hombre sienta depresión, miedo, ansiedad o vergüenza. Así, cuando una persona siente lo que no es permitido o lo expresa en lugares no permitidos, inmediatamente se intenta acallar su emoción, diciendo frases como “enojada no te ves bien”, “pareces niña”, “creí que eras más valiente”, “ni que fueras hombre”, “tranquila, al rato hablamos”, “se supone que tú tienes que ser el fuerte”, “sonríe, es tu trabajo”, “aquí no llores”, “aquí no se viene a reír”.
Existen también los sistemas emocionales capitalizados, es decir, sistemas de emociones que se han conformado específicamente para el trabajo, por ejemplo, en el sector de los servicios, en donde la sonrisa, la felicidad y la alegría también valen, o como diría Eduardo Bericat en su texto La sociología de la emoción y la emoción en la sociología, en ese sector “impera la norma de la inautenticidad, configurando personalidades alienadas que entran en conflicto consigo mismas”. Entonces, ¿también hay emociones que estamos obligados a sentir, aún sin sentirlas realmente? ¿Nos autoengañamos emocionalmente?
Incluso, existen estudios científicos de las emociones desde la sociología y la antropología. El nacimiento de la sociología de la emoción, por ejemplo, se remonta a 1975, con algunas obras pioneras como la de Arlie Russell Hochschiild, llamado “Las sociología de los sentimientos y las emociones”. Y a pesar de que ya son casi 50 años de ello, las emociones parecen estar totalmente aisladas de nuestra vida cotidiana y de los estudios complejos del ser humano, o por lo menos, así lo intentamos, esconderlas en lo más profundo de nuestro ser, y ahí se quedan, pudriendo el alma.
Es importante recordar que una parte primordial de los seres humanos, es tener la capacidad de sentir, cualquier cosa, positiva o negativa, que nos haga llorar o reír, y a veces hay situaciones tan complejas que nos generan emociones que no podemos controlar y no sólo eso, tal vez tampoco debamos hacerlo. Es mejor comprender que nuestras emociones también nos permiten aprehender el mundo que tenemos al frente, que todo lo que hemos sentido en estos momentos de crisis, no se debe ocultar, mejor aún, comunicar, sacarlo de ese encierro, para poder desahogar los miedos y las frustraciones, las tristezas y las desgracias, pero también, las alegrías y las esperanzas. Es un derecho la expresión, así que mejor que ponerlas en cuarentena, tocará dejarlas volar y acompañar las emociones de los demás, ayudar a dejarlas también en libertad.